viernes, 28 de septiembre de 2012

Los pitazos de Mongué





A mediado de los años 90 llegamos desde Gitmo miles de cubanos; el 70% se quedó en Miami, pero el resto fuimos relocalizados por todo lo ancho y largo de este enorme país.

Fui parte de ese 30% que no tenía familiares en Florida, o sencillamente prefirieron seguir recorriendo mundo; rechazando la generosidad de dos patrocinadores volé a Texas, saltando de cabeza en el revoltijo de la ayuda canalizada por la no menos generosa Caritas International, que nos proveyó dinero para el alquiler por 3 meses.

El problema fue que rellenaban los apartamentos a reventar, en uno de dos cuartos metían 5 ó 6 cubiches; creándose forzosamente grupos que en una vida normal no pudieran existir.
Bajo un mismo techo encontrabas religiosos "salvando" a un encallecido criminal, quien a su vez trataba de convencerlos de probar un "cambolo" -mientras compartía unas cervezas con un sarcástico y alcohólico ex-profesor universitario, celoso intelectualmente del autoproclamado artista que dormía en el piso de la cocina, quien detestaba al huraño ex-diseñador que habitaba el walk-in closet del master room y era enemigo jurado de los televidentes del cuarto aledaño.
La "cosa" se complicaba aún más porque alquilaron edificios completos, rellenos de estas combinaciones catastróficas cubiches. Así más o menos era el mejunje made in Caritas.

Era imposible la privacidad, y las transparencias de nuestras vidas se publicaban incesantemente por todo el complejo de apartamentos; así aún el reservado Mongué despertó sospechas.

Mongué era un cincuentón flaquito, aindiado y bajito, pesaría unas 140 libras a lo sumo -incluyendo el peso de los galones de cerveza que bebía a diario, y el par de libras de lapiceros y plumas que colgaban del bolsillo de sus repetitivas y un tanto ajustaditas camisitas a cuadros.

Hablaba con el acento y giros típicos del sur de Oriente, y con un limitado vocabulario que no le impedía mantener interesantes y graciosas conversaciones salpicadas de coloridos localismos y sabiduría popular.

Decía haber querido ser un actor en La Habana, pero luego de ser excarcelado de las UMAP no le permitieron estudiar el "arte revolucionario", vegetando los siguientes 20 años acuñando planillas en una asfixiante oficinita de la OFICODA de un pueblito mierdero del Oriente cubano.

La Yuma le abrió las puertas al esforzado Mongué, apenas en la primera semana consiguió trabajo fijo en una imprenta y un mes después compró el primer carro en su vida; un anciano y achacoso chevy pisicorre del tamaño de una ballena. Todo parecía perfecto... pero la carne es débil.
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Luego de la abstinencia sexual y forzosa del año en Gitmo, miles de ex-balseros nos lanzamos al galope, como garañones en celo a conquistar las abundantes y acogedoras vaginas yumas; éramos una tribu salvaje -como esos indios yanomamos coleccionadores de cabezas, pero exhibiendo collares de úteros húmedos y agradecidos -versión de indio yosímamo. Templadera digna del Guinness, y muy apreciada además por las ardientes nativas de la Tierra Prometida.

Con la excepción de unos pocos y sinceros manoseadores de biblias, el gordo de 400 libras de los altos y un par de viejitos descojonados, todos los demás templábamos a diestra y siniestra... bueno, también en las excepciones -aparentemente- estaba Mongué.

El inexplicable celibato de Mongué provocó comentarios maliciosos y bromas pesadas, pero al final el chismorreteo murió y se especulaba que el tipo era impotente... y además la bonhomía del sujeto de nuestra curiosidad nos guió a un "desmayen el encarne, dejen al purito tranquilo" misericordioso.

Mientras los súper-machos chismorréabamos cual chancleteras de solar, el objeto de nuestras dudas respondía con bondades, era un buen vecino y amigo, a las puyas respondía con bromas... nos desarmó y aprendimos a respetarlo y a quererlo. Tanto así que cuando este señor fue -supuestamente- asaltado por unos "pandilleros" de madrugada en la lavandería del edificio, nadie dudó de su versión y salimos en furia solidaria a buscar a los abusadores, pese a las protestas apaciguadoras de la víctima.

Terminados los 3 meses de alquiler gratis, nos desperdigamos buscando nuevos techos y trabajos; dejé de ver a Mongué por un tiempo, hasta que por casualidad nos encontró en un BBQ de fin de semana.
Nos alegró tanto verlo que lo embuchamos hasta las orejas de ron, gozando de sus chistes y sus anécdotas aderezadas con el sabroso cantaíto oriental.

La música tronaba, el ron corría, todos hablaban mierda a gritos, en eso rompió un merengue de Johnny Ventura -♫ ¿pitaste, qué si pitaste?♫ repetía el coro, cuando Mongué saltó del sofá y empezó a bailar con un estilo sospechosamente femenino.
Aquello enmudeció a los gritones, luego el paisano anunció que iría al baño y volvería con una sorpresa.

Más que sorpresa fue magia, porque al baño entró un hombre ordinario de lo más formal, con sus lapiceros-órganos vestigiales de ex-burócrata cubiche... y lo que salió fue una exótica mulatica picarona con una faldita y un turbante improvisados con toallas, la que como lo más natural del mundo, saltó a la mesita de centro y empezó a menear sus escuálidas caderitas, repartiendo insinuantes miradas.
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Afortunadamente para la audaz transformista sorpresiva, éramos un grupo de cabrones curados de espantos y con la tolerancia que da haber mataperreado en al menos cuatro países, campamentos de refugiados y la ocasional prisión en Cuba; cínicos curtidos a los que el bromazo-destape de "La mulata de fuego" -nombre de su nuevo avatar, nos desarmó con su pícara candidez; y reaccionamos marcando con las palmas el ritmo de la música y sus caderitas y al final premiando su atrevimiento con un sincero aplauso.

Luego del fugaz show -y permanente destape, la Mulata de Fuego volvió a su baño-camerino, retornando con su disfraz de burócrata taíno y pasó la tarde deleitándonos inéditas historias de sus aventuras homosexuales en la isla-prisión, y luego en tierras de libertad.

Mongué siguió siendo nuestro amigo luego de su destape; y todos aprendimos de esa lección magistral de osadía suya y tolerancia nuestra.
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 Así recomiendo a mis lectores que corran a Wal-Mart y aprovechen los descuentos en toallas y CD's de Johnny Ventura. ¿♫Pitaste♫♫?
















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