lunes, 11 de junio de 2012

Un cuento de caníbales

Ahora que comerse los unos a los otros está de moda, desempolvo esta ¿leyenda? en que medio centenar de caníbales, y por veinticinco años, devoraron más de mil personas en los páramos del suroeste escocés.

*Esta es la historia de Sawnie Beane y su familia, los más bestiales asesinos en serie del mundo civilizado.

 


Escocia, bajo el rey Jaime VI (1566 - 1625), sufría una de las habituales y cíclicas hambrunas de aquellos tiempos.

Dicen que la gente comían perros y hasta ratas, y miles murieron de hambre.

A la tragedia se sumó el horror en forma de inquietantes rumores llegados a Edimburgo, de numerosas desapariciones de viajeros en los páramos del suroeste.
No eran los ocasionales asaltos, robos y asesinatos en los solitarios caminos de la región; ahora la gente estaba desapareciendo a montones y sin dejar pista alguna de su destino.

El Rey envió unos pocos soldados al área de Galloway, y estos apresaron y colgaron a algunos pillos, pero las misteriosas desapariciones continuaron.

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Una afortunada casualidad revela el horror

Cuentan que una pareja regresaba de una feria de una aldea cercana, cuando fueron atacados por sorpresa por una horda de salvajes que los rodearon y arrojaron la mujer al suelo, inmediatamente uno de los hombres-bestia la degolló y le vació las entrañas.

El esposo, espada en mano, luchó desesperadamente contra unos, mientras otros devoraban a dentelladas a la mujer agonizante.

Casualmente a la escena llegaron unos treinta aldeanos que también regresaban de la feria, y los caníbales huyeron dejando atrás a un sobreviviente, numerosos testigos del crimen, y una explicación a las masivas desapariciones de personas en la región en las últimas dos y media décadas.

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La pesada mano del Rey

James VI, ante la evidencia de una horda de salvajes antropófagos victimizando a sus súbditos, personalmente fue junto a cuatrocientos soldados y una jauría de perros rastreadores a investigar los incidentes.

Comenzaron donde el último ataque tuvo lugar, luego desandaron los páramos tras los sabuesos y hasta la costa rocosa y empinada, agujereada por innumerables túneles y cavernas.

Los soldados no iban a investigar los túneles porque estimaron que eran demasiado estrechos como para albergar a tanta gente; pero inesperadamente uno de los perros comenzó a ladrar a la entrada de uno, luego los canes penetraron en el túnel.

Las tropas prendieron antorchas, y uno a uno se adentraron en la grieta, entonces notaron el olor a cadáveres putrefactos; continuaron hasta que el túnel -abruptamente- se ensanchó convirtiéndose en una enorme caverna.

Allí, acuclillados en salientes de las rocas y alrededor de las paredes de la cueva, cubriéndose los ojos de la luz de las antorchas había medio centenar de figuras humanas apenas discernibles en la oscuridad.

Se defendieron con ferocidad, pero al final fueron dominados y capturados los cuarenta y ocho caníbales.

Los soldados hallaron piernas, torsos y cabezas humanas, unos colgados en ganchos, otros marinados; luego de enterrar los restos condujeron los prisioneros a Edimburgo.



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¿Quiénes eran estas bestias?

Poco a poco los hombres del Rey fueron conociendo los detalles de la historia; Alexandr "Sawney" Beane, el patriarca, nació en East Lothian, a pocas millas de Edimburgo, de padres muy pobres pero muy trabajadores.

Sawney siempre fue un vago y detestaba cualquier trabajo manual, gustaba de mujeres fáciles y al final se largó con una de su calaña y no menos malvada.

Eligieron vivir ocultos en una caverna a orillas del mar, a la que las mareas altas inundaban la entrada, así ocultándolos de ojos curiosos. La razón de tal cautela era que la parejita pronto comenzó a robar y asesinar a quienes atravesaban los solitarios páramos del área.

Para ocultar sus crímenes arrastraban los cadáveres de sus víctimas a su cueva, y luego los asaban y devoraban. 

En medio de la hambruna Sawney encontró sexo, dinero y comida.

Pronto la familia creció, el patriarca preñó a sus propias hijas y la horda se multiplicó con rapidez; ya ni se molestaban en cocinar a sus víctimas.

Sawney tuvo ocho hijos y seis hijas de su esposa original, pero por sus relaciones incestuosas el grupo llegó a tener medio centenar de miembros; incrementando sus necesidades por alimento y la frecuencia de las cacerías humanas.

Las nuevas generaciones crecieron comiendo carne humana cruda; se estima en más de mil las víctimas el saldo de un cuarto de siglo de sus horrendas fechorías.


El castigo fue tan atroz como el crimen

 Las autoridades no consideraron el beneficio de un juicio, y todos los antropófagos, hombres, mujeres y niños fueron prontamente torturados y ejecutados.

A las hembras las ataron y obligaron a ver cómo mutilaban a los varones cortándoles las manos, piernas y genitales y dejándolos desangrar hasta morir; luego las voraces damas fueron quemadas vivas en la hoguera.
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* Traducción libre (y platanera) por PolO.


 

 

 



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